BAGATELA: El secreto de un viejo piano by Antonio Martínez Conesa

BAGATELA: El secreto de un viejo piano by Antonio Martínez Conesa

autor:Antonio Martínez Conesa [Martínez Conesa, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Thiller - Policiáca
publicado: 2019-05-04T22:00:00+00:00


La despedida de su yayo Juan había sido muy dura. La enfermera de las ojeras la había obligado a separarse de su lado ya que, según le dijo, para el enfermo también supone un sufrimiento ver junto a él a alguien tan derrumbado como quedó ella, después de ver desaparecer la lucidez de la mente de su abuelo como un mago que, con un soplo, vuelve invisible una paloma entre sus manos.

Elisa había regresado llorando todo el camino.

Pero los momentos intensos y emocionantes de aquel domingo aún no se habían terminado.

Roxy llegaría a casa sobre las siete de la tarde. Hasta entonces, Elisa solo deseaba no pensar en nada. Retomó París, que lo tenía completamente abandonado y trató de recuperar el hilo de su lectura, lo que a duras penas consiguió. No comió nada, salvo unas cuantas pastillas de chocolate. Lo que, últimamente, reconocía como su único pecado. En una de aquellas pausas, mientras paladeaba el sabor negro e intenso que tanto disfrutaba, había recordado la instintiva respuesta que le había dado al yayo Juan cuando éste le preguntó si quería escribir un libro. Se quedó pensando en ello, ensimismada, con la vista clavada en la caja azul que esperaba ser abierta, paciente, sobre la mesa de su escritorio. Transcurrieron unos cuantos minutos hasta que consiguió quitarse la idea de la cabeza. Nunca se había planteado escribir. Sin embargo, por su trabajo; por todos los libros, buenos y malos, que había corregido, Elisa sentía que algo de ella quedaba entre las líneas de sus páginas. Eso los convertía en casi propios. Pero de ahí a atreverse ella a escribir un libro… Y hacerlo bien… Le parecía algo infinitamente difícil. Inalcanzable. Imposible. Pero… Continuó leyendo a Rutherfurd.

Roxy llegó entonces como un torbellino, pletórica de alegría, de energía y de ganas de abrir la caja azul. No por ello se le olvidó preguntar a su madre por su visita al yayo Juan. Elisa suavizó el estado tan avanzado de su enfermedad y le contó cómo había reaccionado al ver la foto familiar, así como sus comentarios sobre los aspectos religioso y político de Rosa y José. Pero, enseguida cambió de tema para preguntarle a su hija qué había hecho y qué tal se lo había pasado. Aunque, en realidad, algo en su interior la apremiaba por conocer los detalles del comportamiento de Marcos como padre. Y parecía que sí. Que, de momento, Marcos seguía siendo un excelente padre.

—Lo que no me gusta es que te deje en la calle y tú subas sola a casa —le dijo a Roxy, después de darle un maternal abrazo con un sonoro beso incluido.

—Bueno, mamá, no seas tan tiquismiquis. Papá no arranca el coche hasta que no le digo adiós y cierro la puerta del portal. Ya sabes que es muy difícil aparcar por aquí. Además, los malos salen de noche. Y, mira, estamos en pleno día —al señalar la ventana, Roxy vio la caja sobre el escritorio y se lanzó a por ella—. ¡Es esta la caja, ¿verdad?! Espero que hayas cumplido tu promesa.



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